«El arte de la guerra» de Sun Tzu

El arte de la guerra, que tiene miles de años de antigüedad, es un tratado militar chino considerado la obra decisiva de táctica y estrategia militar. Ha influido enormemente en las tácticas militares, así como en la estrategia empresarial y jurídica, tanto en Oriente como en Occidente. Líderes como el general Douglas MacArthur y Mao Zedong se inspiraron en este libro.

La planificación, el cálculo y la comparación de los ejércitos logran la victoria.

Si un estado entra en guerra, está luchando por su propia supervivencia. Por eso, es fundamental comprender el arte de la guerra y, en caso de conflicto, ese conocimiento se debe emplear para hacer planes. El general que desarrolla planes detallados antes de la batalla vencerá al general que no tiene ningún plan. Por lo tanto, siempre hay que planificar y deliberar antes de la batalla. Si se comparan los ejércitos contrarios teniendo en cuenta siete consideraciones básicas, se puede pronosticar la victoria o la derrota: ¿Cuál de los dos gobernantes de los estados en guerra exige la total conformidad y obediencia de su pueblo para que lo sigan incluso hasta la muerte? ¿Cuál de los dos generales es más capaz? ¿Qué bando cuenta con las ventajas del cielo y de la tierra, es decir, las circunstancias como el clima, las distancias que se deben recorrer y la naturaleza del terreno? ¿Qué bando impone la disciplina con más fuerza en sus hombres? ¿Qué bando tiene el ejército más fuerte? ¿Qué bando tiene oficiales y hombres mejor entrenados? ¿Qué bando es más coherente a la hora de dar premios y castigos para imponer disciplina? Comparen cuidadosamente el ejército de su enemigo con el suyo para determinar sus fortalezas y debilidades. Luego planifiquen según las circunstancias. Si conocen a su enemigo y se conocen a ustedes mismos, siempre saldrán victoriosos. La planificación, el cálculo y la comparación de los ejércitos logran la victoria.

Protéjanse de la derrota y esperen una oportunidad para la victoria.

Los estrategas exitosos solo combaten las batallas que saben que ganarán, mientras que los que no suelen tener éxito ingresan directamente al combate y en ese momento empiezan a pensar cómo hacer para ganar. Un luchador hábil evita las batallas que puede perder, lo que le asegura que nunca será derrotado. Pero incluso el general más brillante no puede afirmar exactamente cuándo llegará la victoria, ya que debe esperar que el enemigo cometa un error y le proporcione la oportunidad de vencer. Un general exitoso sabe que, para obtener la victoria, hay cinco reglas esenciales: Hay que saber cuándo luchar y cuándo no hacerlo. Hay que saber cómo enfrentarse con fuerzas tanto inferiores como superiores a las suyas. Su ejército debe tener un espíritu de lucha sólido y constante, y mostrar disciplina en todos sus rangos. Deben luchar cuando estén preparados y aprovechar cuando el enemigo no esté preparado. Deben tener la capacidad militar y la libertad como para dirigir sus tropas sin la interferencia de un soberano. Sean prudentes. Ataquen solo cuando tengan ventaja. Eviten las fortalezas del enemigo y ataquen sus debilidades. Eviten al ejército enemigo cuando su actitud sea entusiasta, sus columnas y estandartes estén en perfecto orden, o cuando tenga una posición más ventajosa, como un terreno más elevado. Nunca entren en batalla simplemente por ira; siempre deben tener algo que ganar. La ira desaparecerá en algún momento, pero un reino destruido nunca podrá revivir. Eviten las trampas a las que su enemigo intentará llevarlos. No lleven a su ejército a lugares donde no lleguen los suministros o donde no conozcan bien el terreno o a sus aliados. Protéjanse de la derrota y esperen una oportunidad para la victoria.

La guerra solo es exitosa si los soberanos y los generales no provocan su propia derrota.

En la guerra, el ejército es comandado por un general, pero el general debe rendir cuentas a su soberano. Por lo tanto, con sus órdenes, un soberano puede entorpecer las tareas de su ejército. Las formas más catastróficas en que puede hacerlo son: ordenar que sus tropas avancen o la retirada de sus fuerzas cuando tal acción es imposible, intentar gobernar el ejército con la misma permisividad con que dirige su estado o colocar a los oficiales del ejército en roles inapropiados. Estos errores afectan la confianza de los soldados y pueden provocar la derrota. Sin embargo, un general también puede demostrar tener defectos peligrosos. Puede ser imprudente y llevar a su ejército a la destrucción o puede ser cobarde y terminar capturado; puede ser tan colérico u orgulloso que se deje provocar por los insultos y las calumnias del enemigo o puede preocuparse demasiado por la comodidad de sus propios hombres y dejar que esas consideraciones obstaculicen la táctica militar. El general también es responsable si alguna de estas seis calamidades le ocurre a su ejército: Si enfrenta a su ejército contra una fuerza diez veces mayor y esto causa que sus soldados huyan. Si sus soldados son demasiado fuertes en relación con los oficiales, lo que puede causar su insubordinación. Si los soldados son demasiado débiles, algo que puede desgastar a los oficiales y hacerlos colapsar. Si los oficiales de rango superior son bravos e indisciplinados, lo que podría llevarlos a atacar por su propia cuenta y arruinar al ejército. Si el general es débil e indeciso, lo que puede dar lugar a un ejército frágil y desorganizado. Si el general no puede calcular la fuerza del enemigo y lanza una tropa inferior contra una superior, lo que conducirá sin dudas a una derrota abrumadora. La guerra solo es exitosa si los soberanos y los generales no provocan su propia derrota.

Conserven sus recursos mediante estratagemas, búsqueda de alimentos y espionaje.

Mantener un ejército es costoso: una tropa de 100 mil hombres puede costar mil onzas de plata por día en provisiones como comida, carros de combate, lanzas, flechas, armaduras y bueyes. Una guerra prolongada puede agotar los recursos de cualquier estado, y dejarlo débil y vulnerable. Por eso, hay que buscar victorias rápidas y decisivas, no campañas prolongadas. Eviten rodear ciudades amuralladas, porque esto suele requerir meses de preparativos y muchos generales impacientes desperdiciarán a sus hombres en ataques inútiles. La mejor manera de reducir los costos de la guerra es capturar el país, la ciudad o el ejército del enemigo entero e intacto, en lugar de destruirlo mediante una costosa batalla. Para lograrlo, necesitarán tener una fuerza mucho mayor que la de su enemigo. Un general hábil someterá a sus enemigos sin necesidad de luchar, lo que constituye el triunfo supremo. Esto se conoce como ataque por estratagema. Los grandes combatientes no solo se destacan por ganar, sino por ganar con facilidad. Otra forma de conservar los recursos del propio estado es arrebatárselos a su enemigo, mediante la búsqueda de alimentos en la zona y el aumento de sus propias fuerzas al incorporar las armas, armaduras y hombres del enemigo. Esto evita el costo de abastecer a su ejército con su propio estado y les ahorra a sus campesinos la carga de mantener el ejército. Como las batallas individuales pueden poner fin a las guerras, deberían contratar espías: ellos proporcionan información decisiva sobre la posición del enemigo, además de llevarle al bando contrario secretos falsos. Mantengan relaciones muy cercanas con sus espías y recompénsenlos bien por su trabajo. El costo es muy pequeño en relación con la guerra prolongada que pueden ayudar a evitar. Si construyen una estratagema en torno a un secreto que les haya contado un espía, maten al espía y a cualquier otra persona a quien este se lo haya contado, para que su estratagema no pierda su poder. Conserven sus recursos mediante estratagemas, búsqueda de alimentos y espionaje.

Engañen a su enemigo e impongan su voluntad sobre él.

El arte de la guerra se basa en el engaño. Deben enmascarar la fuerza con debilidad, el valor con timidez y el orden con desorden. Confundan a su enemigo y dejen que se descuide. Hagan que sus tropas finjan desorden cuando, en realidad, sean muy disciplinadas. Cuando se acerquen a su enemigo, hagan que parezca que están lejos. Cuando puedan atacar, hagan que parezca que no pueden hacerlo. Jueguen con su enemigo como un gato juega con un ratón. Si tiene mal genio, irrítenlo. Si está tranquilo, hostíguenlo. Si está bien abastecido, hagan que pase hambre. Si está acampando tranquilamente, oblíguenlo a moverse. Si quieren que el enemigo avance, coloquen un cebo. Y si quieren que se retire, háganle daño. Un combatiente inteligente toma la iniciativa e impone su voluntad al enemigo. Ataquen al enemigo en los puntos vulnerables para que deba apresurarse a defenderse. Oblíguenlo a exponerse para poder buscar sus puntos débiles. Hagan que su enemigo se quede adivinando dónde atacarán, lo que lo obliga a dividir y dispersar sus fuerzas: la inferioridad numérica no solo proviene de los números absolutos, sino también de tener que prepararse para ataques en distintos frentes. Engañen a su enemigo e impongan su voluntad sobre él.

Observen el terreno y a su enemigo, y luego adáptense en consecuencia.

Un buen general sabe que siempre hay posiciones que no se pueden conservar, caminos que no se deben seguir y órdenes del soberano que hay que desobedecer. Como el agua modela su curso según el terreno por el que fluye, ustedes también deben adaptarse a la situación, al terreno y a la disposición del enemigo. Observen el terreno para aprovechar sus ventajas naturales y evitar sus desventajas. Para luchar, no suban a lo alto, no vayan río arriba, ni se alejen del agua y del refugio. Eviten los lugares con precipicios, los lugares confinados o los pantanos en los que una pequeña fuerza puede destruir a todo un ejército. Busquen pájaros o bestias asustadas; eso les indica que se están acercando a una emboscada. Observen también al enemigo. Si sus soldados se apoyan en sus lanzas cuando están de pie significa que están desfalleciendo de hambre. Si los soldados que el enemigo envía en búsqueda de agua comienzan a beberla, significa que están sufriendo sed. Y, cuando empiezan a comerse su propio ganado, cuando se olvidan de colgar las ollas sobre las fogatas del campamento y cuando actúan como si no fueran a volver a sus tiendas, esos soldados están dispuestos a luchar hasta la muerte. Adapten sus tácticas, según sea necesario, a estas circunstancias y aprovechen las oportunidades que se les presenten. Observen el terreno y a su enemigo, y luego adáptense en consecuencia.

Para combatir exitosamente, dirijan a sus tropas con firmeza, manténganlas en la incertidumbre y hagan que luchen hasta la muerte.

Conducir y controlar un gran ejército no es diferente de conducir uno pequeño. Simplemente deben dividir a sus hombres en pequeños grupos y luego utilizar indicadores como gongs, tambores, estandartes y señales de fuego para controlar sus fuerzas. Se moverán en bloque: los cobardes no se atreverán a retroceder, ni los valientes asumirán toda la carga por sí solos. Un general hábil dirige su ejército como si llevara a un solo hombre de la mano. Traten a sus soldados como a hijos queridos y ellos los seguirán hasta la muerte. Sin embargo, si no pueden dirigirlos con autoridad, serán tan inútiles como niños mimados. La disciplina de hierro entre sus soldados es el camino seguro hacia la victoria. Pero, para que la disciplina sea eficaz, sus soldados deben sentir afecto por ustedes. Por lo tanto, deben tratarlos humanamente y al mismo tiempo mantenerlos bajo control con disciplina y castigo. Como general, deben ser reservados. Mantengan a sus soldados en la ignorancia y cambien sus planes con frecuencia para provocar incertidumbre en sus soldados y en el enemigo. Cambien de campamento, y tomen rutas largas y sinuosas, en lugar de caminos directos. Revelen sus planes únicamente a su mano derecha una vez que hayan ingresado en lo profundo del país hostil. Cuando la situación parezca favorable, coméntenlo con sus soldados. Pero, cuando la situación sea mala, guárdense ese conocimiento para ustedes. Cuanto más se adentren en el país hostil, más solidaridad surgirá entre sus soldados. Pónganlos en situaciones desesperadas en las que no haya escapatoria y perderán toda sensación de miedo y lucharán con todas sus fuerzas, incluso hasta la muerte. Para combatir exitosamente, dirijan a sus tropas con firmeza, manténganlas en la incertidumbre y hagan que luchen hasta la muerte.

Resumen final

El mensaje clave de este libro: La guerra es una cuestión de vida o muerte para el estado, por lo que la conducción del conflicto se debe planificar y calcular meticulosamente. Un general hábil decide luchar solo cuando sabe que la victoria está asegurada; así, nunca es derrotado. Es observador, ingenioso y tiene capacidad para adaptarse. Impone su voluntad al enemigo, engañándolo e irritándolo para llevarlo a cometer un error fatal. Las preguntas que este libro responde: ¿Cómo pueden protegerse de la derrota y garantizar la victoria? La planificación, el cálculo y la comparación de los ejércitos logran la victoria. Protéjanse de la derrota y esperen una oportunidad para la victoria. La guerra solo es exitosa si los soberanos y los generales no provocan su propia derrota. ¿Cómo alcanzar una ventaja sobre su enemigo? Conserven sus recursos mediante estratagemas, búsqueda de alimentos y espionaje. Engañen a su enemigo e impongan su voluntad sobre él. Observen el terreno y a su enemigo, y luego adáptense en consecuencia. ¿Cómo manejar sus tropas? Para combatir exitosamente, dirijan a sus tropas con firmeza, manténganlas en la incertidumbre y hagan que luchen hasta la muerte. Material de lectura adicional sugerido: El príncipe, de Nicolás Maquiavelo El príncipe es una guía del siglo XVI sobre cómo ser el líder autocrático de un país. Explica por qué fines como la gloria y el poder justifican siempre los medios de los príncipes, aunque esos medios sean brutales. Gracias a este libro, la palabra «maquiavélico» pasó a significar el uso del engaño y la astucia en beneficio propio.

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